jueves, 11 de diciembre de 2014

X-JOSE PASCUAL BUXO

¿Recuerdas el otoño? No parece 
Que haya cesado el tiempo. Se diría 
Que aun aquellas barcas resplandecen
En el sol de la tarde, que se inclinan
Levemente abrazadas por el viento.

Y, sin embargo, dejas la memoria
Hundirse como piedras en el sueño,
Tocar el barro ciego de los fondos del mar,
Irse pudriendo entre vegetaciones monstruosas.

Se diría que aun aquellas aves 
Chillan con desespero,
Que remueven las plumas aguardando 
Una señal segura en el largo horizonte,
Que aun aquellas barcas hinchan su claro vientre 
En tanto que los picos sanguinarios
Resuenan débilmente en la comba del cielo.

Y huyes, te lamentas de no olvidar bastante,
De sufrir por la noche el giro de los astros 
Y el ladrido que asciende 
De aquel mar donde pudres la luz de tu misterio.

¿Recuerdas el otoño?
Allí reposa lo nuestro,
La intocable fragancia de tus senos tiernísimos.
La carne de tu boca como un fruto
De interminable aliento. 

¿Adónde irás, si no; en qué otro sitio
Podrás reconocerte,
Con qué lengua hilarás esas palabras
Que ahora quieres encontrar,
En qué otro sitio, sino en esta espesura de recuerdos,
En esta luz salvaje que regresa?



Hablar de lo mismo

Un año más. 365 días con cambios de 360 grados. 
Cercanos nos volvemos para después alejarnos. 
Amor, nostalgia, risa, llanto, miedo, felicidad. 
Los instantes más bellos están hechos de sosiego y añoranza. 
Así es, todo lo que temo se resume a una sola cosa: la muerte.
Mi muerte, la muerte de mis padres, de mis hermanas, de los seres que amo.
La pérdida. La muerte del año, de los días. El final de los ciclos. 
Cada día te siento más lejano, cada día me dueles menos. 
Es la imagen del ayer la que persiste en secreto.
La necesidad del calor, de sentirme amada. 
A quién amarás, a quién amaré en el futuro.
Cuánta levedad, cuánto peso, cuántos silencios y finales se aproximan. 
Qué estaré escribiendo el próximo año.
Cuántas bocas habrás besado. Cuántas lunas llenas veremos. 
Cuántas noches más de soledad y anhelos. 
El otro día tuve un sueño;
Estaba frente al espejo observándome porque alguien me presionaba.
Yo no quería verme, pero lo hice. 
Y en el intento de observarme y encontrarme y reconocerme me perdí, 
me desmayé del susto. Me asusté tanto que desperté. 
Tal vez eso es lo que pasa, tal vez ese es el miedo que supera a la muerte. 
Saber quién soy, por qué estoy aquí, para qué vine. 
No me siento miserable, de eso estoy segura. 
Mi consuelo es la lectura; escribir aunque no encuentro inspiración, 
Me regocijo en la música y el canto; 
En la suavidad de mi gatita, en su ronroneo, 
En su amor incondicional. 
Disfruto de las lunas crecientes. 
Del frío cuando tengo abrigo. 
Del calor cuando estoy en la sombra.
De los rayos del sol. 
Me deleito con la melancolía, que es un dulce jarabe para el dolor. 
Con la autenticidad de los días, 
con la ausencia de orden; con el caos.
Con el ruido del silencio en las noches.  

Matus. 

Notas de un oscuro regreso a casa.

Descompuesta. Perdida y encontrada,
Cubierta por una nube de agonía
Inexplicable, inimaginable

No se puede huir.

Esta noche el cielo quitó las nubes por un minuto y vi la luna.
La luna también es viajera.

El ruido ensordecedor,
La angustia asesina.
Me desangro.

Las ganas tan grandes de recurrir a las metodologías conocidas de supervivencia.
La falta de respeto.
La verdadera explosión.

Este estambre en la garganta me asfixia.

¿Quién soy? ¿Hacia dónde voy?
Veo la arena pero no encuentro el mar.
Veo la noche pero no las estrellas.
Veo libros pero carecen de letras.
Observo mi reflejo pero no me reconozco.

Soledad, vacío, silencio.
Mi nombre ¿cuál es mi nombre?

Matus.

La soledad desespera.

La soledad es un vacío que pesa y que pela la carne. 
Es el animal más salvaje, 
El huracán más atroz.
Es tan cruel que da y construye para destruir de nuevo.
Una y otra vez.

Matus. 

Dolor

Es una aguja clavada en la piel,
Un vacío en el pecho,
Un latir y un hambre constantes.
Un cuerpo delgado, reseco.
Dolor es estar perdido en el presente;
Es ver con nostalgia lo que se ha ido.
Dolor es el clavo de la ausencia en la rodilla,
Es extrañar, desear, añorar y no tener.
Dolor es la náusea sin vómito,
Es no poder liberarse,
Es estancamiento,
Es el sol sin resplandor.
Dolor es el fuego que quema los brazos,
que hiere y lástima.
Dolor es contemplación, es temor,
Es aceptar sin remedio,
Es sentir el aire pasar,
El agua fluir,
La vida pasar
Y a veces, morir. 

Matus. 

Silencio-Clarice Lispector.


Es tan vasto el silencio de la noche en la montaña. Y tan despoblado. En vano uno intenta trabajar para no oírlo, pensar rápidamente para disimularlo. O inventar un programa, frágil punto que mal nos une al súbitamente improbable día de mañana. Cómo superar esa paz que nos acecha. Silencio tan grande que la desesperación tiene vergüenza. Montañas tan altas que la desesperación tiene vergüenza. Los oídos se afilan, la cabeza se inclina, el cuerpo todo escucha: ningún rumor. Ningún gallo. Cómo estar al alcance de esa profunda meditación del silencio. De ese silencio sin memoria de palabras. Si es muerte, cómo alcanzarla.
Es un silencio que no duerme: es insomne; inmóvil, pero insomne; y sin fantasmas. Es terrible: sin ningún fantasma. Inútil querer probarlo con la posibilidad de una puerta que se abra crujiendo, de una cortina que se abra y diga algo. Está vacío y sin promesas. Si por lo menos se escuchara al viento. El viento es ira, la ira es vida. O nieve. La nieve es muda pero deja rastro, lo emblanquece todo, los niños ríen, los pasos resuenan y dejan huella. Hay una continuidad que es la vida. Pero este silencio no deja señales. No se puede hablar del silencio como se habla de la nieve. No se puede decir a nadie como se diría de la nieve: ¿oíste el silencio de esta noche? El que lo escuchó, no lo dice.
La noche desciende con las pequeñas alegrías de quien enciende lámparas, con el cansancio que tanto justifica el día. Los niños de Berna se duermen, se cierran las últimas puertas. Las calles brillan en las piedras del suelo y brillan ya vacías. Y al final se apagan las luces más distantes.
Pero este primer silencio todavía no es el silencio. Que espere, pues las hojas de los árboles todavía se acomodarán mejor, algún paso tardío tal vez se oiga con esperanza por las escaleras.
Pero hay un momento en que del cuerpo descansado se eleva el espíritu atento, y de la tierra, la luna alta. Entonces él, el silencio, aparece.
El corazón late al reconocerlo.
Se puede pensar rápidamente en el día que pasó. O en los amigos que pasaron y para siempre se perdieron. Pero es inútil huir: el silencio está ahí. Aun el sufrimiento peor, el de la amistad perdida, es sólo fuga. Pues si al principio el silencio parece aguardar una respuesta -cómo ardemos por ser llamados a responder-, pronto se descubre que de ti nada exige, quizás tan sólo tu silencio. Cuántas horas se pierden en la oscuridad suponiendo que el silencio te juzga, como esperamos en vano ser juzgados por Dios. Surgen las justificaciones, trágicas justificaciones forzadas, humildes disculpas hasta la indignidad. Tan suave es para el ser humano mostrar al fin su indignidad y ser perdonado con la justificación de que es un ser humano humillado de nacimiento.
Hasta que se descubre que él ni siquiera quiere su indignidad. Él es el silencio.
Puede intentar engañársele, también. Se deja caer como por casualidad el libro de cabecera en el suelo. Pero, horror, el libro cae dentro del silencio y se pierde en la muda y quieta vorágine de éste. ¿Y si un pájaro enloquecido cantara? Esperanza inútil. El canto apenas atravesaría como una leve flauta el silencio.
Entonces, si se tiene valor, no se lucha más. Se entra en él, se va con él, nosotros los únicos fantasmas de una noche en Berna. Que entre. Que no espere el resto de la oscuridad delante de él, sólo él mismo. Será como si estuviéramos en un navío tan descomunalmente grande que ignoráramos estar en un navío. Y éste navegara tan largamente que ignoráramos que nos estamos moviendo. Más de eso, nadie puede. Vivir en la orla de la muerte y de las estrellas es una vibración más tensa de lo que las venas pueden soportar. No hay, siquiera, un hijo de astro y de mujer como intermediario piadoso. El corazón tiene que presentarse frente a la nada sólito y sólito latir alto en las tinieblas. Sólo se escucha en los oídos el propio corazón. Cuando éste se presenta completamente desnudo, no es comunicación, es sumisión. Además, nosotros no fuimos hechos sino para el pequeño silencio.
Si no se tiene valor, que no se entre. Que se espere el resto de la oscuridad frente al silencio, sólo los pies mojados por la espuma de algo que se expande dentro de nosotros. Que se espere. Un insoluble por otro. Uno al lado del otro, dos cosas que no se ven en la oscuridad. Que se espere. No el fin del silencio, sino la ayuda bendita de un tercer elemento, la luz de la aurora.
Después, nunca más se olvida. Es inútil intentar huir a otra ciudad. Porque cuando menos se lo espera, se puede reconocerlo de repente. Al atravesar la calle en medio de las bocinas de los autos. Entre una carcajada fantasmagórica y otra. Después de una palabra dicha. A veces, en el mismo corazón de la palabra. Los oídos se asombran, la mirada se desvanece: helo ahí. Y desde entonces, él es fantasma.