miércoles, 30 de marzo de 2016

Un poema de Inés Púrpura.


El escrito es de Inés Púrpura, hace unos días que la conozco, me encontré su libro en Zipolite y me ha gustado mucho.


Un poema de Natalia Iñiguez.






Este es mi cuerpo,
la perfección del pezón
que señala mi ombligo.
Y la separación siempre justa 
de las estrías en mi ingle.

Natalia Iñiguez.

Arvida Byström


 

https://soundcloud.com/arvidabystrom

imágenes, colores y música.

martes, 29 de marzo de 2016

Detrás de esa nube se ha quedado mi casa.








Hoy no hay mares cercanos
no hay más que nubes perfectamente alineadas
pero, me importan un pito las nubes (como dice Girondo)
cuando extraño tanto el mar. 

Las olas de Zipolite, Oaxaca.

Despegar
volver a la rutina 
al frío
al viento
soledades agradables me esperan 
soledades al fin
lejos de casa
silencio.




atardecer en Mermejita, Oaxaca.

Dejo el mar y su nostálgica terapia
la emoción de hace una semana
dejo mi casa y mi familia
la risa
la calma en la hamaca al amanecer
dejo el desayuno ya preparado
los atardeceres naranjas
el ladrido alegre de mis perros
dejo la arena
las olas
la tibieza de los días
levanto el vuelo con una extraña tristeza
nada me emociona en esta hora
solo pensar en volver.

jueves, 17 de marzo de 2016

Hace rato caminando hacia mi casa, digo mi casa porque aquí es mi casa ahora, a más de 485 kilómetros de mis amigos, de mi familia, de una parte de mí; miré hacia el cielo y vi asomarse unas estrellas, más puntos que estrellas. Sentí alegría porque recordé la historia lejana de un grupo de amigos que esperaban un meteoro en medio del semidesierto, y, como un regalo de la comisión federal de electricidad, se fue la luz. Dando pasos en esa oscuridad supe qué es lo que me gusta de los pueblos lejanos: la falta de luz. A lo lejos se dibujaba un cerro y detrás de él una explosión luminosa que parecía el amanecer. Llegué a la casa, la ausencia de luz duró solo unos pocos minutos, los suficientes para intoxicarme, para lograr esa conexión que ocurre una vez cada quince días o más. Pasé por los columpios y quise jugar, pero había un charco debajo ¿por qué me asusta un charco?, llegué a la casa que apestaba a gas, corrí a la estufa y cerré la llave por donde se escapaban ligeros suspiros letales. Subí a mi cuarto, abrí la ventana y ahí estaba lo que brillaba detrás del cerro; no era el amanecer de un verano caluroso y nudista en Zipolite, era la luna brillando como solo sabe hacerlo en estos días. No amanecía, anochecía. Entonces pensé que hace exactamente un año, caminando en otra calle, hacia otra casa, en otra ciudad, vi esa misma luna. Recuerdo la escena: calle independencia, al lado de Fa, pasando junto a la señora de las gelatinas –el ejemplo más grande de la fe y la determinación- la que sale a vender cada noche una fila de coloridas y acomodadas pociones de grenetina –una de nuestras investigaciones pendientes, por cierto, después de Bukowski oaxaqueño-, como decía, vi surgir la luna aquella noche en que yo tenía el corazón bien roto. Apareció en el cielo lleno de nubes, por dos minutos nada más e igual que hoy, llegué directo a la libreta a contarlo, a dejar el momento atrapado en la letra, apestando a tinta de lapicero barato y desesperado. Aquel escrito, por supuesto, es triste.

¿Será la misma esta luna?                         
                 ¿Seré la misma yo?

La luna, el cielo, las nubes, el frío, Patricia Matus, pies moviéndose hacia un hogar; nadando en los ciclos del universo una y otra vez.

¿Qué estaremos haciendo luna, tú y yo? ¿En dónde estaremos el próximo 29 de octubre?

No lo sé, pero mientras sucede, hay que brillar

nocturna lluvia.


Hay quien no comprende la poesía,
quien incluso la detesta, la burla,
la lee con tono de verso sin sentido
en el festival de la primaria.

Hay quien no desea el amor,
la caída libre
la incertidumbre de dejarse estrellar en el otro.

Hay quien no ocupa la noche para soñar,
para dejar el presente en la mesita
y sumergirse en la película mental
en que todo ocurre simultáneamente…

… Árboles de ideas, batidos de cariño,
pájaros de libertad,
nubes de incienso
orugas en capullos de temor y duda
que se transforman en una lengua
y luego en un beso
que viaja suavemente al estómago

Sensación de calle abandonada en domingo
de matiz color turquesa
rumbo al norte de la ciudad.
Nuestro amor reposa en otra época,
en otro tiempo.
quizás en el año pasado
o en una lejana semana santa.
Nosotros existimos
en viejas aguas de samaritana
en mis 23 años,
en las tardes lluviosas de café y tarta,
en las idas al súper
y en mi deseo de existir.

No sé quién fue el culpable de borrarnos
no sé si fuiste tú o fui yo,
o si fue el tiempo,
o los kilómetros,
o si fueron mis ganas del futuro.
no lo sé y es triste.
Ya no importa.

Nunca comprobamos conocernos.
Ya no vivimos en los ojos del otro,
y ya no nos duele nuestra ausencia.
Hemos cambiado,
ya no me quieres ni te quiero.
no recuerdo más tu voz,
ni tu risa,
ni tu mirada al acercarte.

De mí a tu lado recuerdo poco,
solo lo que me faltaba,
cosa mía, a final de cuentas.
Vacíos que ni tú llenaste.

¿Cómo habito mis espacios?
¿Cuál es la receta?
Ahora sentada frente al horno
me pregunto.

Soledades que queman nos han atravesado.
A mí la nostalgia me visita de madrugada,
a veces los días treinta;
y me da una buena zarandeada cuando viajo,
cuando me encuentro sola
en el asiento de un autobús
yendo a un lugar bello y desconocido,
cuando regreso a casa,
o cuando paso por tu calle.

No sé si uno termina algún día de sanar.
Es verdad que ya no te quiero más,
pero adoro la nostalgia de no tenerte.

Hay una sola cosa en todo esto que detesto:
la opresión en mi estómago al saber
que algún día de tu pecho crecerá una raíz,
y luego un árbol,
y con mi mala suerte también un fruto y un jardín.

Yo ahora habito en las esquinas de los libros,
en la risa de bebés que no son míos,
en el fondo de una botella de vino.

En las noches me recargo en mi almohada
Y descanso,
la cama ahora es toda mía.
Ya no te quiero pero siento frío,
y todavía me pregunto
si del lado derecho de tu cabecera,
ya se ha borrado mi firma.
Anoche vino un dolor azul y delgado
flotó tranquilo sobre mi cama
me di cuenta pero no quise hacer caso,
preferí cerrar los ojos,
olvidar y dormir.

No supe cuándo
pero él ya se había instalado en mi almohada,
se coló en mi sueño
como una dulce mariposa
reclamó recuerdos
que no quiero recordar,
los trajo de vuelta
de la misma forma en que el mar
devuelve a los ahogados.

El dolor azul encendió mi tristeza
en medio de la noche
sin por lo menos, estar despierta;
me hizo necesitar una mano,
tomé la mía porque no hay otra

Desperté sin saber si seguía aquí
intenté apagarlo,
lavé los trastes con vehemencia,
limpié el piso.
Lo sentí en el aire,
en la garganta,
lo sentí salir de mis ojos.

Nada pudo apagarlo,
ni el desayuno, ni el café,
ni el humo del tabaco.
Nada.

Es verdad que hay días 
que se viven con un estambre atorado
en la garganta.

trágico



Ella se subió a la báscula, y en ese instante, se esfumó la libertad feminista.

microcuento del pasado.


Llegó a la casa esa tarde, todavía con el olor a cilantro de la verdulería recién visitada; la gata estaba tirada, húmeda, con esos ojos de vidrio que distinguen a los muertos. Todo era un caos, fluyeron las lágrimas, los gritos, los reclamos. La tarde se hizo noche. Lo único que mantenía destellos de vida, era la cola. 

microcuento del pasado.


No estoy muy seguro de nuestra relación, dijo él y justo en frente, el mundo se derrumbaba.

Microcuento de un sueño.




Me dices que no sufra. Tú lloras por lo que fuimos, porque te liberas. Y yo, porque todo lo que esperaba y creía, no existe.

Microcuento de un día paseando por la Roma.


Cómo no iba a recordarla, si se llamaba luz...
Exclamó el vagabundo, con la mirada perdida, hablando a la nada.