Leo siempre y escribo cuando se siente muy bien, cuando ya no duele, o cuando duele mucho. Nunca la misma. Mi nombre: Patricia Matus.
martes, 11 de octubre de 2016
En las orillas del río
contaminado creció una misteriosa maleza,
que atrajo hoy a un grupo de aves
blancas,
extrañas e incómodas.
Su virginal plumaje rodea
la mierda de esta colonia.
Las aves blancas simbolizan
el espíritu santo,
también la libertad.
Libertad de ser inmunda o
pura,
libertad de ver a Dios en
nuestra fecal humanidad.
viernes, 7 de octubre de 2016
Amores y desapariciones: el amor en los tiempos de tinder.
Hace unos meses descargué tinder, la red social de ligue más famosa de la actualidad. Llena de curiosidad y un poco fantaseando con encontrar al amor de mi vida, comencé con mi exploración. Aparecieron en mi pantalla una serie de fotos de hombres del rango de edad que previamente seleccioné.
De la vista nace el amor, dicen por ahí, así que con una sucesión de instrucciones propias del holocausto empezó la cacería. Todo parece muy fácil: si te gusta deslizas a la derecha, si no, a la izquierda y lo mejor, si te gusta y tú le gustas, se abre un chat.
Así estuve tres días, transitando entre la izquierda y la derecha, preguntándome cómo una imagen y una brevísima descripción podrían ser suficientes para despertar mi deseo. Al cuarto día vi la foto de un profesor de Ciencias Sociales a sólo un kilómetro de mi ubicación, por supuesto que deslicé a la derecha. Se abrió el chat y el primer mensaje que recibí fue una invitación a desayunar.
No fui, pero fue suficiente para ponerme a fantasear durante todo el día, para despertar mi apetito literario y charlar largas horas sobre Alice Munro y Bukowski. Pensaba en él y yo en un café, conociéndonos, etcétera.
Dos días después la emoción se esfumó, eliminé el chat y desaparecí de su vida. Fácil y sencillo. Dos días de relación, un adiós para siempre, y dramas cero. Tiempo después borré tinder porque no soy todavía, capaz de cambiar la magia de las coincidencias, por el brillo de mi pantalla.
Olvidé la aplicación por meses, hasta ayer, que me encontré en la mesa de un bar descubriendo que todas las presentes hemos tenido tinder alguna vez. Escuché historias dignas de un cuento de Orwell, de Serna o de Huxley.
Acá estamos en el futuro, entablamos relaciones a través de dispositivos lejanos a nuestro tacto, a la mirada accidental. Da miedo y al mismo tiempo es maravilloso. Ayer justo fui a ver una obra de teatro llamada "dos extraños se tocan brevemente" y pienso si será un clic similar al tacto, si será la notificación de un like, la brevedad que genera la empatía necesaria para construir algo, cualquier cosa que sea. No lo sé, pero yo sí tuve dos días de fantasía y emoción frente a mi pantalla.
Maldito este tiempo en que el amor es efímero. Bendita la posibilidad de desaparecer. Bendito el tiempo que tarda el pulgar en deslizarse a la izquierda para develar una lluvia de posibilidades, a tan sólo 3 kilómetros de distancia.
De la vista nace el amor, dicen por ahí, así que con una sucesión de instrucciones propias del holocausto empezó la cacería. Todo parece muy fácil: si te gusta deslizas a la derecha, si no, a la izquierda y lo mejor, si te gusta y tú le gustas, se abre un chat.
Así estuve tres días, transitando entre la izquierda y la derecha, preguntándome cómo una imagen y una brevísima descripción podrían ser suficientes para despertar mi deseo. Al cuarto día vi la foto de un profesor de Ciencias Sociales a sólo un kilómetro de mi ubicación, por supuesto que deslicé a la derecha. Se abrió el chat y el primer mensaje que recibí fue una invitación a desayunar.
No fui, pero fue suficiente para ponerme a fantasear durante todo el día, para despertar mi apetito literario y charlar largas horas sobre Alice Munro y Bukowski. Pensaba en él y yo en un café, conociéndonos, etcétera.
Dos días después la emoción se esfumó, eliminé el chat y desaparecí de su vida. Fácil y sencillo. Dos días de relación, un adiós para siempre, y dramas cero. Tiempo después borré tinder porque no soy todavía, capaz de cambiar la magia de las coincidencias, por el brillo de mi pantalla.
Olvidé la aplicación por meses, hasta ayer, que me encontré en la mesa de un bar descubriendo que todas las presentes hemos tenido tinder alguna vez. Escuché historias dignas de un cuento de Orwell, de Serna o de Huxley.
Acá estamos en el futuro, entablamos relaciones a través de dispositivos lejanos a nuestro tacto, a la mirada accidental. Da miedo y al mismo tiempo es maravilloso. Ayer justo fui a ver una obra de teatro llamada "dos extraños se tocan brevemente" y pienso si será un clic similar al tacto, si será la notificación de un like, la brevedad que genera la empatía necesaria para construir algo, cualquier cosa que sea. No lo sé, pero yo sí tuve dos días de fantasía y emoción frente a mi pantalla.
Maldito este tiempo en que el amor es efímero. Bendita la posibilidad de desaparecer. Bendito el tiempo que tarda el pulgar en deslizarse a la izquierda para develar una lluvia de posibilidades, a tan sólo 3 kilómetros de distancia.
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