sábado, 14 de febrero de 2015

Locas letanías-Gabriela Mistral.


¡Cristo, hijo de mujer,
carne que aquí amamantaron,
que se acuerda de una noche,
y de un vagido, y de un llanto:
recibe a la que dio leche
cantándome con tu salmo
y llévala con las otras,
espejos que se doblaron
y cañas que se partieron
en hijos sobre los llanos!

¡Piedra de cantos ardiendo,
a la mitad del espacio,
en los cielos todavía
con bulto crucificado;
y cuando busca a sus hijos,
piedra loca de relámpagos,
piedra que anda, piedra que vuela,
vagabunda hasta encontrarnos,
piedra de Cristo, sal a su encuentro
y cíñetela a tus cantos
y yo mire de los valles,
en señales, sus pies blancos!

¡Río vertical de gracia,
agua del absurdo santo,
parado y corriendo vivo,
en su presa y despeñado;
río que en cantares mientan
"cabritillo" y "ciervo blanco"
a mi madre que te repecha,
como anguila, río trocado,
ayúdala a repecharte
y súbela por tus vados!

¡Jesucristo, carne amante,
juego de ecos, oído alto,
caracol vivo del cielo,
de sus aires torneado:
abájate a ella, siente
otra vez que te tocaron;
vuélvete a su voz que sube
por los aire extremados,
y si su voz no la lleva,
toma la niebla de su hálito!

¡Llévala a cielo de madres,
a tendal de sus regazos,
que va y que viene en un golfo
de brazos empavesado,
de las canciones de cuna
mecido como de tallos,
donde las madres arrullan
a sus hijos recobrados
o apresuran con su silbo
a los que gimiendo vamos!

¡Recibe a mi madre, Cristo,
dueño de ruta y de tránsito,
nombre que ella va diciendo,
sésamo que irá gritando,
abra nuestra de los cielos,
albatros no amortajado,
gozo que llaman los valles!
¡Resucitado, Resucitado!

Destino

Matamos lo que amamos. Lo demás
no ha estado vivo nunca.
Ninguno está tan cerca. A ningún otro hiere
un olvido, una ausencia, a veces menos.
Matamos lo que amamos. ¡Que cese ya esta asfixia
de respirar con un pulmón ajeno!
El aire no es bastante
para los dos. Y no basta la tierra
para los cuerpos juntos
y la ración de la esperanza es poca
y el dolor no se puede compartir.

El hombre es animal de soledades,
ciervo con una flecha en el ijar
que huye y se desangra.

¡Ah! pero el odio, su fijeza insomne
de pupilas de vidrio; su actitud
que es a la vez reposo y amenaza.

El ciervo va a beber y en el agua aparece
el reflejo de un tigre.
El ciervo bebe el agua y la imagen. Se vuelve
- antes que lo devoren -  ( cómplice, fascinado )
igual a su enemigo.

Damos la vida sólo a lo que odiamos.


 Maravilloso texto de Rosario Castellanos, uno de tantos. Que cese ya esta asfixia de respirar con un pulmón ajeno! 


Desamor


Me vio como se mira al través de un cristal
o del aire
o de nada.

Y entonces supe: yo no estaba allí
ni en ninguna otra parte
ni había estado nunca ni estaría.

Y fui como el que muere en la epidemia,
sin identificar, y es arrojado
a la fosa común.


Rosario Castellanos